Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Acompañando a comunidades indígenas poblanas en su defensa territorial

El salón era de block gris, ese gris que tienen las casas de comunidad cuando tienen la oportunidad de construir con “material”, como dicen por allá. Pasaba medio día, era la fecha previa a la entrada de la primavera en la Sierra Norte de Puebla, y la gente ya nos esperaba; los habitantes de Tecoltemi aguardaban inquietos para hablar de aquella acción jurídica que estábamos preparando junto con el Consejo Tiyat Tlali, en contribución a su lucha por la defensa de su territorio.

Mujeres y hombres nahuas, campesinos, de trato sencillo, que aunque no visten trajes tradicionales, conservan en buena parte el idioma y esa cosmovisión que tanto me ha enseñado acerca de la relación vital entre los pueblos indígenas y su territorio. Yo me sentía contenta, y creo que la gente también; ávidos de la información que íbamos a plantearles, comenzó la reunión: que cómo iba el amparo, que esperaban que ya con eso se fuera para siempre la minera del Municipio, que esperaban no hubiera consecuencias ante su decisión de demandar al gobierno, en fin. La gente estaba animada, pero también indignada; antes de exponer las violaciones de derechos humanos que alegaríamos en el documento, comenzaron a decir:

“Ya no vemos lo duro, sino lo tupido, esas concesiones van a venir a afectar nuestro territorio, de donde sacamos nuestro sustento familiar, nuestras aguas, nuestra tranquilidad. Eso de las minas va a provocar una serie de infecciones y enfermedades que no sólo suframos nosotros, sino más, nuestros descendientes, los hijos nuestros, las generaciones que siguen”.

Alguien más añadía: “Tenemos miedo porque no sólo se va a venir un solo problema, va venir a generarse una gran consecuencia, incluyendo que puede entrar el crimen organizado, como ha pasado en otros lugares donde está la minería”; “¡o que nuestros hijos, nuestros nietos, se vuelvan esclavos de las mineras!, como cuando las haciendas”, refería otra persona.

Todos los comentarios iban en este sentido; otra compañero incluso, con una mezcla de tristeza y enojo cuestionaba: “Los recursos del subsuelo son de la Nación, dice la ley, pero ¡¿quién es la Nación?!,¡el pueblo es la Nación!.”

Por supuesto, las compañeras también dieron su palabra: “Nos preocupa nuestra agua, nuestra tierra, nuestra salud; el agua va a faltar, nuestra salud se va a enfermar”, “que los mineros no vengan a quitar nuestras fuentes de abastecimiento de agua, que son lugares sagrados para nosotros.”

La gente nos contó entonces de sus  lugares sagrados y a los que han accedido de manera tradicional, hablaron de  “Mikixochio”, cerro sagrado donde hay manantiales y que se encuentra dentro de su  Municipio de Ixtacamaxtitlán; sobre “Texocotitán”, y “Teocuitapan”, ambos fuentes de agua y vida, encontrándose este último en el Municipio de Tetela. De tal importancia son estos sitios para la Comunidad, que cada año acuden a ellos para realizar sus ritos, y danzar y dar gracias a la madre tierra.

Hoy, tras 8 meses, el amparo sigue su curso, pero mantengo conmigo el recuerdo de aquél, como un día intenso, no sólo por la larga jornada de viaje y transbordos en el transporte público, sino sobre todo, por el compartir de emociones con la gente; su decisión estaba tomada, a Fundar sólo nos tocaba contribuir mediante aquella acción legal, a fortalecer la ya de por sí fuerte organización de la comunidad en su camino por la defensa de su tierra y su territorio.

Itzel Silva Monroy