Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

El desarrollo en México… ¿para quién?

JOSÉ I. HERNÁNDEZ /CUARTOSCURO.COMLa mina Los Filos, en Carrizalillo, Guerrero.

Es un hecho que el modelo actual de desarrollo está teniendo serias repercusiones en la vida de las personas. En México predominan las condiciones de desigualdad y pobreza.

Oxfam, en su reporte sobre desigualdad extrema en México, destaca que nuestro país está inmerso en un ciclo vicioso de desigualdad y falta de crecimiento económico y señala que tan solo el 1% de la población posee el 43% de toda la riqueza en México.

Durante años se ha considerado al término desarrollo como sinónimo de crecimiento económico desmesurado. Bajo este concepto es que en las últimas décadas han predominado los megaproyectos energéticos, mineros y de infraestructura, a la par del surgimiento de políticas públicas que los fomentan, como las diversas modificaciones a la Ley minera, la última reforma al sector energético, o bien la firma de tratados internacionales de comercio exterior.

Por ejemplo, en México a raíz de la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), el modelo extractivista tuvo un incremento en el sector minero, previo a la firma del Tratado, el sector en su conjunto, apenas representaba 0.72% del Producto Interno Bruto (PIB). Posteriormente a la firma del TLCAN tuvieron lugar una serie de medidas económicas y fiscales que facilitaron las inversiones de Estados Unidos y Canadá en México, de tal forma que para 2016, el sector minero representaba alrededor del 4% del PIB.

¿No deberíamos reflexionar sobre modelos o nuevas alternativas al modelo de desarrollo actual que sí respeten derechos?

Pero las cifras no son tan alegres para nosotros, la bonanza ha sido para la minería canadiense, cuya participación hasta ahora en el sector es poco más del 60%.

Más allá del aporte que haga esta actividad extractiva a la economía, el modelo de desarrollo tradicional ha generado importantes problemas globales como el cambio climático. Se trata de un modelo adictivo que fomenta el consumo de recursos, como si no existieran límites en el planeta, a la par que causa un buen número de conflictos socioambientales. Es un hecho que no es un modelo de desarrollo inclusivo que aporte beneficios a la población y tampoco es un modelo que incluya la visión de las comunidades en donde se ubican los megaproyectos. Sin embargo, las promesas de desarrollo continúan siendo usadas por los gobiernos como argumento principal para la proliferación de proyectos de este tipo.

En México existen importantes casos de proyectos realizados bajo promesas de empleo, derrama económica local y múltiples beneficios para las comunidades. La planta nuclear Laguna Verde, por ejemplo, fue construida hace más de 27 años al amparo de promesas. Los gobiernos federal y estatal ofrecieron, en su momento, desarrollo y crecimiento a cambio de que cesara la oposición de habitantes de las comunidades aledañas a esa obra.

Nidia Egremy refiere que Palma Sola, la comunidad más próxima a la central nuclear, es el símbolo de un fiasco: en este poblado, la ganadería, agricultura y pesca de la región son zonas de desastre y las opciones de empleo para mujeres que egresan (o desertan) de secundaria o bachillerato son: servir como meseras de fondas, mucamas en los alojamientos o vendedoras de los tendejones. En Palma Sola ser joven es sinónimo de derrota.[1]

Bajo el mismo modelo, se encuentra la minera de oro más grande de Latinoamérica, la mina Los Filos ubicada en Carrizalillo, Guerrero. Aún pueden consultarse las promesas que se hicieron a habitantes de la población desde 2005, tiempo en que se anunciaban los beneficios que generaría la mina; fuentes de trabajo e inversión para el poblado que vería transformada su forma de vida. Para 2013, habitantes de la comunidad acusaban a la empresa de causar daños en su salud, realizar actividades en sus territorios sin garantizar el derecho a la consulta, de controlar, ocultar y manipular información sobre impactos al medio ambiente y, de negligencia e indolencia al no responder a las preocupaciones de las comunidades.

Ejemplos como estos abundan. En ese sentido, ¿no deberíamos reflexionar sobre modelos o nuevas alternativas al modelo de desarrollo actual que sí respeten derechos, que retomen e incluyan las visiones de comunidades y que además repercutan en beneficios para todos y no únicamente para unos cuantos?

Uno de los retos más grandes es crear nuevas formas de conceptualizar el desarrollo. Al respecto, ya existen experiencias en América Latina que fomentan el buen vivir. Es tal la relevancia que está cobrando este concepto en algunos países que en Ecuador, por ejemplo, la misma constitución política plantea una transición hacia una economía solidaria y sustentable que incluye la reducción del extractivismo.

En México ya están creándose cooperativas energéticas y diversas formas de economía solidaria, y de cooperativismo desde las comunidades. Sin embargo, falta mucho para que estas propuestas se materialicen e incluyan como parte de un modelo nacional de gobierno.


[1]Laguna Verde: En espera de la debacle.

*Este contenido representa la opinión del autor y no necesariamente la de HuffPost México.