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A mi hermano, a un año de impunidad e injusticia

Querido Beto, llevaba un año sin poder hacer lo que estoy haciendo ahora. Claro que he hablado de ti y he discutido lo que pasó. Pero a un año de distancia no te he podido decir cuánto te extraño y cuánto me haces falta. No he podido decirte qué pasó, por qué paso y qué sigue ahora que ya no estás aquí. Y tal vez nunca pueda hacerlo.

Pensé que de tenerte enfrente (seguramente molestándome, como te encantaba, o simplemente tomándonos un café), te podría decir que pasó el 3 de octubre del 2012. Sin embargo, lo único que puedo contarte es lo siguiente:

Después de tu clase de maestría, afuera de un domicilio particular, unos chicos (tres) te asaltaron. Te aseguro que estaban muy nerviosos y seguramente eso, además del contexto nefasto de pobreza y desigualdad (así como muchas otras razones que no puedo explicarte), los llevó a querer despojarte de tu automóvil. Así, en la confusión del momento y por una serie de malas circunstancias, te hirieron de un disparo de arma de fuego. No sé qué pasó y porqué lo hicieron. Tú estuviste consciente un tiempo y te trasladaron a un hospital cercano; sin embargo, la herida pudo más que tú. Peleaste, porque así eras: un luchador. Nos dijeron que aguantaste mucho, ahora pienso que fue porque siempre hiciste deporte y eras fuerte. Pero no fue suficiente. A mí me avisaron ya que estabas en el hospital.

Hoy, todavía, lo que sentí en ese momento me sacude o me despierta. ¿Sabes? Son como pellizcos que me sorprenden y me plantan en la realidad, que hacen que siempre tenga presente lo que pasó. Desde que me avisaron y llegué al hospital, todo fue confuso. Como podrás imaginarte, yo no alcanzaba a entender lo que sucedía. Estaba furiosa, nublada, no lo podía creer. Pero no hubo tiempo para que eso durara. Entre los trámites del hospital y el tortuoso proceso de la investigación empezamos una historia que hoy no tiene mucho de diferente a la de miles de personas, que cómo tú, han sido víctimas del delito.

Parecería, niño, que te estoy contando algo que tú ya sabías: que en este país, la impunidad y la injusticia son el pan de cada día. La diferencia es que hoy se trata de ti, Alberto. Lo que te cuento, no es distinto a lo que miles de personas han vivido en este país. No es distinto a lo que muchas personas han sentido, porque somos parte de este mismo monstruo apabullante que se llama impunidad y hemos navegado con la intención de arribar, sin mucho éxito, a lo que podríamos llamar justicia. Eso que aún hoy, no me queda claro qué es. Porque no la vemos, no la sentimos, no la alcanzamos.

Hoy me cuesta reconocerme en esa categoría con la que el Estado nos ha etiquetado: “víctimas del delito”. Se trata de un concepto con el que he tenido que convivir dado mi trabajo en una organización de la sociedad civil. Sin embargo, reconocerme así, sin más en esta categoría, me cuesta trabajo, no sólo porque me confronta con que hoy soy distinta, sino porque ser parte de ella, significa preguntarse con más agudeza: ¿qué hace el Estado con esta categoría? ¿Cómo nos responde?

Me arriesgaré a afirmar que miles de personas han sentido algo similar a lo que siento. Levantarse en el letargo del miedo y la tristeza en una ciudad que al enseñar sus dientes nos invita a la inmovilidad. No puedes quedarte en ese estado, así que algunos días te levantas y vives oscilando entre el dolor, el enojo y la negación. Otros días, ese letargo y ese oscilar entre sensaciones te plantan en la realidad. Una realidad que sabías, pero que hoy te es más cruda: la violencia te quitó un velo y hoy, entre desesperanza y desconsuelo, ves tu ciudad y tu vida con otros ojos. Después de un tiempo, te gustará saberlo, me reconcilio con mi entorno, conmigo misma y con mi gente. Empiezo a ver que hoy soy distinta. Que mi familia y mi entorno jamás volverán a ser lo que eran antes. Vivo así, día a día, reconciliándome contigo y los demás, y con esta ciudad que me anima a salir a correr pese a todas sus dificultades. Esta ciudad que me anima a mirarla de nuevo, ya sin el miedo apabullante que me mordía hace un año. Eso no significa que esos pellizcos de miedo o tristeza no lleguen. Sólo que aprendes a vivir con ellos y ya no te detienen, ya no te inmovilizan. Son parte de lo que te invita a levantarte, son parte de lo que te mantiene perpleja de la realidad y te planta en el aquí y en el ahora.

Sé que no te encanta mi lenguaje “abogadil” y créeme que cada vez me identifico menos con él. Tu averiguación previa fue la FIZCIIZC-1/T301606/12-10. No te doy pormenores, pero lo recabado en ella son cientos de hojas, oficios y diligencias que a grandes rasgos muestran la ausencia de investigaciones serias y científicas que hasta hoy no han permitido detener a los responsables y procesarlos. Nunca fui ingenua, pero al menos esperaba que las cosas se hicieran y se hicieran medianamente bien. Cosa que no pasó.

Te cuento que mucho de lo que se hizo en la investigación (como los nombres de las personas que pudieron haber visto algo) fueron proporcionados por la familia mediante una improvisada investigación de campo. Lo mismo se hizo con la ubicación y los números de las cámaras de vigilancia a fin de lograr obtener mayores datos.

Es increíble, pero existen miles de cámaras en la Ciudad de México (algunos datos hablan de más de 12 mil cámaras de vigilancia para respuesta inmediata ante emergencias, situaciones de crisis y actos ilícitos en el marco del Proyecto Bicentenario: Ciudad Segura de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal). En respuesta a una solicitud de información me dijeron que de 2008 a 2011 se instalaron 8,088 sistemas de videovigilancia en diferentes delegaciones. Esto a partir de la publicación, en 2008, de la Ley que Regula el Uso de Tecnología para la Seguridad Pública del Distrito Federal.

Lo incomprensible del asunto es que las grabaciones que pudieron haber aportado algún elemento a la investigación no pudieron recabarse. Las grabaciones las pedimos en tiempo; sin embargo, el Ministerio Público envió los oficios a Seguridad Pública sin la fecha correcta (ya que omitió el año). Ya sé, es increíble. Hoy está en curso una queja ante la Contraloría General del Distrito Federal por esta irreparable omisión que nos dejará siempre con dudas y especulaciones sobre lo que pudieron haber aportado a la investigación.

Todo este proceso de ir y venir a la Fiscalía de Homicidios no aportó mucho más: las diligencias se hicieron, algunas mal. Beto, parece que no logramos nada. Y tal vez esto es cierto en cuanto a lo que debió haber hecho el Estado. Sin embargo, en términos de la humanidad, solidaridad y cariño frente a lo que pasó no es así. Recibimos mucho, ni siquiera puedo imaginar lo que hubiera sido transitar este camino y sentir la desesperanza sola. Compañeros y compañeras, familiares, amigos y amigas estuvieron siempre muy cerca.

Tuve el privilegio de contar con una red de apoyo laboral y personal. Soy afortunada, hermano. Muchas personas no pueden avanzar ni un poco, a muchas personas no las escuchan, muchas se quedan solas o las instituciones las aplastan. Imagínate revisar un expediente y pasar toda la mañana viendo hojas y hojas de oficios, y ver que de quién se habla es de algún familiar, tú, Beto. Sin duda es menos agobiante cuando alguien te acompaña, te ayuda, se anima a hacer preguntas que tal vez tú no haces o te respalda en las que tú expones. Se planta contigo y te da una palmada en la espalda; de esta forma no estás sola frente a la frialdad de una institución que olvida que trata con personas. Muchas transitan solas este camino y el proceso come sus ganas. Esto que llaman Justicia es tan abstracto y sin embargo, eso clamamos. No queremos chivos expiatorios o torres de oficios. La Justicia es otra cosa, me atrevo a pensar.

No es que no acepte tu muerte, es sólo que me gustaría decirte que las cosas son distintas; que lo que te pasó a ti cambió algo o que esto ya no sigue pasando. La mala noticia es que no puedo decirte eso. Puedo decirte que te querré siempre, que tu papá y que tu mamá son fuertes y te querrán con todo el corazón. Tu papá sigue jugando futbol (así con su rodilla medio “cucha”) y tu mamá sigue nadando; ambos trabajan y no dejan de cuidarme. Son admirables.

¿De algo sirve hablar de lo que te pasó y seguir en la exigencia de justicia y reparación? Creo que sí. Bien vale la pena no olvidar: que como tú son miles de muertos y muertas por acción u omisión del Estado.

Hermano, lamento decirte que no puedo explicar las razones de todo esto. Sólo te digo que no pasa un solo día que no te piense.

Gracias amigos, amigas, familia y a mis querides compañeres de trabajo y causa (sí, ustedes fundaritas) por su apoyo y cariño.

Mi respeto y total solidaridad a las miles de víctimas del delito y de violaciones a derechos humanos en este país.

Claudia López

http://blogs.eluniversal.com.mx/weblogs_detalle19194.html