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Ni madre, ni silencios, ni burbujas

Con profundo respeto y solidaridad a las familias víctimas de cualquier forma de violencia Voltearle la cara a los problemas puede ser un mecanismo de protección, pero también la forma más irresponsable de dejar las cosas sin resolver. La sociedad mexicana lleva años en una exótica dialéctica negación-asimilación de muchas formas de violencia. La brutalidad de la exclusión social y la marginación económica, el clasismo, el sexismo patriarcal, la discriminación racial, el abuso recurrente del presupuesto público y la corrupción, siempre vista como una cuestión moral y no como la despiadada fuerza asesina que puede ser, son sólo algunas de ellas. Cierto, por momentos nos asalta la indignación y nos llenamos de fuerza social para repudiar lo intolerable, pero en general hemos entrenado nuestros ojos para ver sin registrar.

Nos hemos escondido detrás del discurso de la distancia social con los problemas y el disfraz del miedo y el manto de la impotencia nos cubren social y personalmente. En otros casos la desidia y la indiferencia se nos han instalado como estándar. Y así llegamos al drama de muertes, desaparecidos, violaciones a los derechos humanos y agresiones sin precedentes que enfrentamos. El fenómeno de la violencia nos ha rebasado y los paradigmas y referentes de análisis se han quedado cortos, por no decir que frente a lo que vivimos en ocasiones resultan ridículos.

Tengo la convicción de que estamos lejos de asimilar el trastorno que vive nuestra sociedad. Nos cuesta reconocer que la normalidad (lo que sea que signifique) está simplemente rota, despedazada. Los vínculos entre todas las formas de violencia, especialmente las consecuencias de la de carácter público, tienen dimensiones inasibles, indigeribles. Pero tan estúpido como pensar que la crisis de violencia y delincuencia que vivimos tiene una salida fácil, es pretender que dejando de hablar de ella o sugiriendo que no pasa nada se solucionará. Por ello me resisto a aceptar como viable la perversa alternativa de sustituir el análisis, el tratamiento serio y responsable de la situación por la censura (auto o heteroinflingida). Si el gobierno federal apuesta a que la nueva narrativa sea sinónimo de silencio, hay que denunciarlo, es inaceptable. La construcción de nuestra conciencia colectiva y la aspiración de futuros procesos de reparación psicosocial requieren de un diálogo social serio y honesto sobre lo que estamos viviendo. No se trata de una defensa de la cobertura sanguinaria y de la apología del delito, sino de la exigencia de un proceso colectivo de construcción de la memoria. Tampoco es admisible la fantasía de la burbuja de seguridad en el Distrito Federal.

El atrevimiento de tratar casos de extrema violencia y de características extraordinarias como simple casuística o como un dato estadístico insignificante es simplemente irresponsable. En múltiples expresiones, cada vez más complejas de entender, la violencia está presente también en la capital del país. Dolorosa, atemorizante y con desgarradoras consecuencias, pero es una realidad. Por estas razones, y dada la seriedad de lo que estamos viviendo, en materia de violencia y sobre la crisis de seguridad pública, ni madre, nada de silencios y no nos vengan con aquello de la burbuja. Queremos un diálogo sensato, honesto, pero sobre todo responsable.

Por: Miguel Pulido Jiménez

Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/03-06-2013/14798. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MX