Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Sobre la marcha

Tras los ataques del 11 de septiembre del 2001, la filósofa Judith Butler señaló la dificultad dentro de los Estados Unidos de expresar una perspectiva crítica contra la guerra frente al binarismo de Bush: “O se está con nosotros o se está con los terroristas”. Esto, junto con la censura de los grandes medios de comunicación, minó significativamente la capacidad como sociedad de pensar el origen y las causas de la violencia. Para Butler, junto con la experiencia de la violencia surge un marco para poder pensarla, desde el cual se decide lo que puede escucharse.

En México, la “guerra contra la delincuencia organizada” ha producido un efecto similar al descrito por Judith Butler. Este discurso utiliza deliberadamente el impacto traumático de la violencia, el miedo y la ruptura del tejido social para demarcar lo pensable y legitimar una política de seguridad represiva.

De este modo, el discurso de la “guerra” nos ha puesto en la falsa disyuntiva de optar entre tener seguridad o ejercer otros derechos (aunque en la práctica no tenemos ninguna oportunidad de optar y son los derechos de los y las excluidas los que se sacrifican en aras de la seguridad de los poderosos). Desde esta concepción, la seguridad se limita a la lucha contra la criminalidad y se convierte en un producto de marketing político que busca convencernos, a través de las espectaculares detenciones de algunos capos, de que la estrategia está funcionando.

Esta visión tecnocrática de la seguridad desprecia la dimensión local y la participación comunitaria, lo que promueve modelos ajenos a la realidad y a la diversidad de las ciudades, pueblos y comunidades; como es el caso del Mando Único Policial. Así, la población queda restringida a ser espectadores, más o menos informados, de las reformas normativas cada vez más controladoras y represivas (como el pasado intento en el Congreso de aprobar las reformas a la Ley de Seguridad Nacional) o a ser víctimas (“daños colaterales”) cuando la violencia y las propias políticas de seguridad (entre las que destaca la militarización) nos tocan directamente. El creciente número de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados parece no poner en entredicho el marco para pensar la violencia y como consecuencia, las políticas de seguridad que buscan atajarla. Asimismo, este marco limita lo que se puede pensar y lo que se puede preguntar, con sus implicaciones en cuanto a retrocesos en el acceso a la información.

Sin embargo, entre el 5 y el 8 de mayo decenas de miles de personas, convocadas por un poeta, irrumpieron en lo que puede escucharse. Y lo que se escuchó fue el silencio; pero ya no el dolor silenciado en el espacio privado de víctimas y familiares, sino el encuentro de miles de silencios en busca de sentido.

La Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad se convirtió en un espacio para reivindicar a los 40 mil muertos y muertas durante la administración de Calderón y el dolor de sus familiares y de la sociedad, conmocionados por la violencia. La marcha fue un espacio para la elaboración colectiva del duelo, lo cual es un paso necesario para reafirmar el valor de la vida y las bases éticas de la convivencia en sociedad. Al respecto Judith Butler afirma: “Mucha gente piensa que un duelo es algo privado, que nos devuelve a una situación solitaria y que, en este sentido, despolitiza. Pero creo que el duelo permite elaborar en forma compleja el sentido de una comunidad política”. Por eso la marcha significa en sí misma un proceso de reconstrucción del tejido social.

A través de la marcha la sociedad civil exigió su derecho a reintegrarse a la vida política y evidenció la necesidad de un modelo realmente democrático. Sólo desde ahí será posible deconstruir el marco para pensar la violencia y la estrategia de guerra como política de seguridad, y construir un enfoque de seguridad ciudadana, entendida como política integral de protección y satisfacción de todos los derechos fundamentales y humanos.

*Ximena Antillón