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Tlachinollan: heridas y sonrisas de la lucha por la justicia

El fin de semana pasado el Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan” (Tlachi) celebró 19 años de trabajo. Instalados en la adversidad, en la geografía del abandono político y social de muchos grupos, bajo los nubarrones del abuso y el pesado clima de la impunidad, un grupo de profesionistas se han dado a la tarea de aprender de los pueblos, de ganar sabiduría y convicción política al acercarse a su dolor, a sus tradiciones y a sus luchas. La gente llega a sus oficinas con el alma rota por abusos, injusticias y tragedias y en Tlachi se permiten ser reflejo para que esas personas encuentren fuerza y conviertan la rabia y el dolor en transformación. No siempre las cosas cambian, muchas veces los problemas no se resuelven, pero todos resisten. Y la resistencia también es transmutación, es valentía. Hace 10 años los conocí.

Tuve la oportunidad de caminar con ellos pequeños tramos del sinuoso y agreste camino de la lucha por la justicia. Muy de cerca viví la alegría de la liberación de Felipe Arreaga (+), un luchador campesino preso por defender los bosques y por organizar a su comunidad contra los talamontes clandestinos. Con ellos tuve oportunidad de sonreír por pequeños logros en un mundo que tiene la injusticia como sistema. Pude maravillarme al verlos ser capaces de arrancarle al sistema judicial, resistente por razón genética a ser justo y sensible, resoluciones a favor de los más pobres, de madres dolidas o de pueblos que sólo se tienen a si mismos. Los vi rehacerse después de momentos complejos. Con el corazón arrugado y el miedo en cada centímetro de piel, superaron el trágico asesinato de Raúl Lucas y Manuel Ponce, la dramática y cobarde emboscada a Albertano Peñaloza en la que murieron dos de sus pequeñines o las amenazas de muerte (tan creíbles como cobardes) que han recibido. Retaguardia, columna y vanguardia. Durante casi dos décadas han estado ahí para ser hombro solidario, abrazo dispuesto, palabra de aliento, grito espabilador, sonrisa de bienvenida o lágrima de despedida.

Han sido, han estado, han decidido existir. De hecho, son, están y existen para Inés Fernández Ortega, Valentina Rosendo Cantú, para la familia de Bonfilio Rubio Villegas, para los normalistas de Ayotzinapa, para la resistencia del CECOP, para los pueblos que luchan contra el extractivismo salvaje, saqueador y depredador. Han comprendido -con sensibilidad extraordinaria- luchas históricas como la de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, o la energía más reciente de formas participativas como el Consejo Ciudadano de Huamuxtitlán. Para celebrar sus 19 años de existencia hicieron público un informe. “Digna rebeldía: Guerrero, el epicentro de las luchas de resistencia”. Desde las historias de familias víctimas de violaciones a derechos humanos que luchan por el acceso a la justicia y al acotamiento de la jurisdicción militar hasta el espinoso tema de los jornaleros agrícolas, el informe da cuenta con toda crudeza de la realidad guerrerense. La mercantilización de la tierra como vehículo para el saqueo, la lucha por erradicar la tortura, la disputa por el proyecto educativo y otros temas están ahí, descritos con sensibilidad política, sustentados con evidencia y presentados sin eufemismos ni retórica. De la presentación recupero este párrafo: El presente informe recoge las luchas de los pueblos y organizaciones que con sudor, lágrimas y sangre han escrito en este macizo sureño. Plasmamos los movimientos emblemáticos que han marcado nuevos derroteros en el estado y en otras regiones del país.

Del mes de junio de 2012 a mayo de 2013 documentamos esta pasión y esta fuerza que nos contagia y nos robustece a los 19 años, que nos dan la oportunidad de vislumbrar el nacimiento de una sociedad desde la dimensión comunitaria donde nacen los manantiales que le dan vida a esta geografía arisca llena de contrastes sociales y de encantos naturales. Eso es Tlachi, son ojos que captan la multiplicidad de perspectivas que tiene la vida humana, la social y la colectiva. Son una ebullición. Son un cuerpo vivo que baila cuando hay alegría y que sufre cuando hay miedo, dolor, rabia. Son un rompecabezas que se integra gracias a múltiples aportes, que se alimenta de la historia a la que han contribuido los que han pasado por ahí. Son la solidaridad que entregan y la que reciben. Como todo grupo humano tiene también sus contradicciones, sus propios desafíos y sus límites. Reconocer que los tienen es la mejor forma de expresarles el profundo respeto y la estima que se les tiene. Pero hasta ahí, hoy se trata de subrayar y dejar claro cuánto bien le hacen a la Montaña, a Guerrero, a nuestro país y a las luchas de los pueblos. Hoy toca, con estas palabras llenas de cariño, dejar testimonio de mi admiración por la forma en la que viven las heridas y sonrisas de la lucha por la justicia.

Por: Miguel Pulido Jiménez

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